domingo, 3 de julio de 2011

Gacela de un amor imprevisto- Mayte Martín


Lo ha vuelto a hacer...la voz de Maite MartÍn consigue hacerte volar, soñar, sentir...cuando la voz sale de lo mas profundo del alma...consigue que transpase tu cuerpo y te toque el alma...y vaya con tanta belleza junta duele.



GACELA DEL AMOR IMPREVISTO
Nadie comprendía el perfume 
de la oscura magnolia de tu vientre. 
Nadie sabía que martirizabas 
un colibrí de amor entre los dientes.
Mil caballitos persas se dormían 
en la plaza con luna de tu frente, 
mientras que yo enlazaba cuatro noches 
tu cintura, enemiga de la nieve.
Entre yeso y jazmines, tu mirada 
era un pálido ramo de simientes. 
Yo busqué, para darte, por mi pecho 
las letras de marfil que dicen siempre.
Siempre, siempre: jardín de mi agonía, 
tu cuerpo fugitivo para siempre, 
la sangre de tus venas en mi boca, 
tu boca ya sin luz para mi muerte.


            Lorca en canciones
El  germen de una etapa de una de sus  obras poéticas, se encuentra en una etapa previa de la misma obra: la angustia (o la desesperación) amorosa que surge en Diván del Tamarit es la evolución de estos conflictos donde el amor se ha desarrollado en una dirección especial: lo que se ha dado en llamar "amor oscuro". 

Las doce gacelas que componen la primera parte configuran una órbita alrededor del tema del amor, y cada una de ellas proporciona un diferente ángulo de visión. Cada una de las gacelas, al reconstruir una situación amorosa, está estructurando una verdad que solo se yergue al integrar la lectura de las doce piezas.


GACELA DEL AMOR IMPREVISTO.

La no espera que el hablante tiene del amor ya se revela en este título. Lo inusitado que acontecerá será la cercanía con el otro ser. El hablante comprende y sabe lo profundo que el otro cuerpo tiene: el perfume erótico del sexo y del pubis. Estas formas de amor ocultas que el hablante cultiva descubren una capacidad amorosa del otro (martirizar) que pone delante ya la experiencia sufriente. Los dientes del otro ya señalan lo agudo del ataque. Sin embargo, el hablante es el escogido para la iniciación, como reitera la ubicación de "nadie...nadie", a la cabeza de los versos primero y tercero de esta estrofa.
Una mención a la tradición arábigo-andaluz en una imagen: " Mil caballitos persas...", donde el pelo rizado se emparenta a los lanudos caballos árabes, en una imagen que ya inicia la mitificación -por los atributos cósmicos, la luna (y su fatídico presagio en este caso) - del otro. De la frente, a la cintura, a la cual se ata el hablante. Así como "Mil caballitos" son un numero completo y perfecto, así también lo son las "cuatro noches". Esta cintura es amiga del ardor y del fuego, del contacto hasta el martirio. Esta estrofa detalla el momento de la unión pero ya es un pasado, un cuerpo que el hablante contempla. En la primera estrofa había cercanía espiritual, comprensión; en la segunda también lo físico se ha realizado ya.
 La tercera estrofa la nieve ya se ha vuelto artificial, convirtiéndose en algo paralítico: el yeso. Esa es sólo una cara, porque también hay jazmines en el otro: ahora aparece su mirada, en este gradual acercamiento que el poema entrega. Esa mirada es contacto que funda al otro de una manera determinada: esa mirada es fertilidad potente (los jazmines son transmisión de vida en "La sangre derramada", segundo poema de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Pero en esta vitalidad están los signos adversos: la palidez y el yeso (la muerte se caracteriza como "corazón de yeso" en "Gacela del recuerdo de amor"). La actitud auténtica del hablante queda clara: entrega al otro la palabra siempre, salida de su corazón, pero en letras frías de marfil, que cambian de sentido al dirigirse al otro, y como la unión ya es ida, esta palabra siempre califica ahora la separación, que asume la conciencia (jardín, en oposición a selva, lo no-consciente), y eso es en primera instancia, como el hablante lo dice, "tu cuerpo fugitivo para siempre". La eternización que el hablante buscó tuvo opuesto resultado; ante el amor aparecerá ahora la muerte, con más poder, en una agonía que comienza en este mismo punto. Tras el otro que se va lo único que permanece es su sangre en la boca del hablante. El hablante capta como se escapa el cuerpo y eterniza ese instante con letras, con lenguaje. Está dispuesto a eternizar cualquier cosa, incluso la muerte. El hablante ansía una muerte
"la luz" (Gacela de la huida); aquí dice "tu boca ya sin luz para mi muerte". La boca ambivalente del otro (que crea y destruye) no puede proporcionar ningún tipo de protección, y el hablante queda arrojado sobre sí mismo. El hablante y el otro se agotan en el acto de amor, que los remite a la muerte.

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