sábado, 10 de marzo de 2012

La visita de tu vida


Había una vez un señor que estaba haciendo una gira turística por Europa. Al llegar al Reino Unido compró en el aeropuerto una especie de Guía de los castillos de la isla. Algunos tenían días de visita y otros horarios muy estrictos. Pero el más llamativo era el que se presentaba como “La visita de tu vida”.

En las fotos, por lo menos, parecía un castillo ni más ni menos espectacular que otros, pero se lo recomendaba muy especialmente… Se explicaba allí que, por razones que después se comprenderían, las visitas no se pagaban por anticipado, pero era imprescindible pactar anticipadamente una cita, es decir, día y hora. Intrigado por lo diferente de la propuesta, el hombre llamó desde su hotel esa misma tarde y acordó un horario.

Las cosas han sido siempre iguales en el mundo, basta que uno tenga una cita importante, con hora precisa y necesidad de ser puntual para que todo se complique. Esta no fue una excepción y diez minutos más tarde de la hora pactada el turista llegó al palacio. Se presentó ante un hombre con falda a cuadros que lo esperaba y que le dio la bienvenida.

-¿Los demás ya pasaron con el guía? - Preguntó no viendo a ningún otro visitante.
-¿Los demás? – Repreguntó el hombre- No. Las visitas son individuales y no tenemos guías que ofrecer.
Sin Hacer mención al horario, le explicó un poco de la historia del castillo y le mencionó algunas cosas sobre las que debía prestar atención. Las Pinturas en los muros. Las armaduras del altillo. Las máquinas de guerra del salón norte, debajo de la escalera, las catacumbas y la sala de torturas en la mazmorra. Dicho esto, Le dio una cuchara y le pidió que la sostuviera horizontalmente con la parte cóncava hacia el techo.
-¿Y esto? – Pregunto el visitante.
-Nosotros no cobramos un derecho de visita. Para evaluar el costo de su paseo recurrimos a este mecanismo. Cada visitante lleva una cuchara como esta llena hasta el borde de arena fina. Aquí cabe exactamente 100 gramos. Después de recorrer el castillo pesamos la arena que ha quedado en la cuchara y le cobramos una libra por cada gramo que haya perdido… Una manera de evaluar el coste de la limpieza –explicó.
-¿Y si no pierdo ni un gramo?.
-Ah, mi querido señor, entonces su visita al castillo será gratuita.
Entre divertido y sorprendido por la propuesta, el hombre vio como el anfitrión colmaba de arena la cuchara y luego comenzó su viaje. Confiando en su pulso, subió las escaleras muy despacio y con la vista fija en la cuchara. Al llegar arriba, a la sala de armaduras, prefirió no entrar porque le pareció que el viento haría volar la arena y decidió bajar cuidadosamente. Al pasar junto al salón que exhibía las máquinas de guerra, debajo de la escalera, se dio cuenta que para verlas con detenimiento era necesario inclinarse forzadamente sosteniéndose de la barandilla. No era peligroso para su integridad, pero hacerlo implicaba la certeza de derramar algo del contenido de su cuchara, así que conformó con mirarlas desde lejos. Otro tanto le pasó con las más que empinada escalera que conducía a las mazmorras. Por el pasillo de regreso al punto de partida, caminó contento hacia el hombre de la falda escocesa que la aguardaba con una balanza. Allí vació el contenido de su cuchara y esperó el dictamen del hombre.
-Asombrado, ha perdido menos de medio gramo –anunció- , lo felicito, tal como usted predijo, esta visita le ha salido gratis.
-Gracias…
-¿Ha disfrutado la visita?-pregunto finalmente el de la recepción.
El turista dudo y por último decidió ser sincero.
-La verdad es que no mucho. Estaba tan ocupado tratando de cuidar de la arena, que no tuve oportunidad de mirar lo que usted me señaló.
-Pero… Qué barbaridad!... Mire, voy a hacer una excepción. Le voy a llenar otra vez la cuchara, porque es la norma, pero ahora olvídese de cuanto derrama, faltan 12 minutos para que llegue el próximo visitante. Vaya y regrese antes de que él llegue.
Sin perder tiempo, el hombre tomó la cuchara y corrió hacia el altillo, la llegar allí dio una mirada rápida a lo que había y bajó más que corriendo a las mazmorras llenando las escaleras de arena. No se quedó casi ni un momento porque los minutos pasaban y prácticamente voló hacia el pasaje debajo de la escalera, donde al inclinarse tratando de entrar se le cayó la cuchara y derramó todo el contenido. Miró su reloj, habían pasado 11 minutos. Dejo otra vez sin ver las máquinas y corrió hasta el hombre de la entrada a quien le entrego la cuchara vacía.
-Bueno, esta vez sin arena, pero no se preocupe, tenemos un rato. ¿Qué tal?¿Disfrutó la visita?
Otra vez el visitante dudó unos momentos.
-La verdad es que no-contestó por fin-. Estuve tan ocupado en llegar antes que el otro, que perdí toda la arena pero igual no disfruté nada.
El hombre de la falda encendió la pipa y le dijo:
-Hay quienes recorren el castillo de su vida tratando de que no les cueste nada, y no lo pueden disfrutar. Hay otros tan apresurados en llegar pronto, que lo pierden todo sin disfrutarlo. Unos pocos aprenden esta lección y se toman su tiempo para cada recorrido. Descubren y disfrutan cada rincón, cada paso. Saben que no será gratuito, pero entienden que los costes de vivir valen la pena.

Jorge Bucay del libro Cuenta conmigo.

A veces es mejor dejar que las cosas ocurran, sucedan cada una a su tiempo y nunca las apresuremos.

La lectura es una analogía entre cómo vivimos la vida y de la visita de un hombre a un castillo donde el paseo será gratis si no tira los 100 gramos de arena que el guía le proporciona. 
En lo personal me ha encantado el cuento y me he dado cuenta de cómo  vivimos la vida. Hay ocasiones en las que por cuidar lo material o el "qué dirán" se nos pasa la vida sin siquiera verla, claro que cuando nos damos cuenta de lo agradable que es vivir un momento lo disfrutamos a más no poder.
Hay que saber vivir la vida, disfrutarla al precio que sea pues siempre valdrá la pena.
"Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad, que olvidamos lo único realmente importante: vivir".
"Aquel que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los "cómos".

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