A veces necesito estar a solas para compartir con mi soledad la ausencia de tus besos.
A veces busco en los silencios de mis sábanas la silueta que tu recuerdo garabateó sobre ellas.
A veces intento imaginarme un mundo sin ti, pero sin ti mi mundo carecería de sentido.
A veces, cuando Morfeo me vence, oigo el susurro de tu voz marcar el sendero de mis sueños.
A veces dejo que el viento zarandee mi pecho, juegue con mi pelo, me lleve a donde él quiera llevarme, dejándole tiempo para que de esa forma rebusque entre las costuras de mis sombras el suave tiroteo de tu mirada.
A veces, cuando me asomo al lienzo de mis días, la vida pinta nubes negras, volviendo a desatarse gotas de desconfianza, de tristeza, de impotencia, de desazón, de ira, de angustia… pero es entonces cuando veo tu sonrisa abrirse sobre mí como un paraguas protegiéndome de todas ellas.
A veces siento que el único lugar del mundo donde puedo refugiarme para tomar aire es el momento que disfruto cuando estoy entre tus brazos.
A veces siento que te pierdo cuando el vendaval de mi carácter se descarga sobre el muro de tu paciencia; déjame confesarte que estoy aprendiendo a controlarlo, y a contar hasta diez.
A veces me miro en el espejo y veo que las cicatrices que ha ido acumulando mi cuerpo, con tu sola presencia, se han ido supurando, y que las heridas con las que el egoísmo me ha ido premiando, con tu dulzura, se han ido curando.
A veces silencias mis dudas con un simple gesto, y al recordar ese gesto me doy cuenta de que estoy prendido a ti.
A veces no se como pedirte perdón por todo el daño que en su día hice, y es entonces cuando me convierto en un payaso sin coloretes en la cara, o me disfrazo de rey que no necesita corona para reinar; por las tardes suelo ser un trovador de canciones prestadas, y por las noches surco el mar de tu cuerpo ataviado con un simple parche de pirata.
A veces no se como decirte que te quiero, y es entonces cuando surge el niño que llevo dentro y te confiesa, con un hilillo de voz que la miedo “toro”, sin llegar a decirte nunca que el mayor de los miedos que tiene ese niño es que, algún día, dejes de quererle.
Autor: Alberto Espinosa García.
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